martes, 7 de enero de 2014

Gallardón o el peor ministro de Justicia

Sería relativamente sencillo para el autor de estas líneas efectuar una crítica descarnada de nuestro Ministro de Justicia amparando la misma en el comentario a determinadas leyes con un marcado sesgo político, a fin de que las personas de ideología contraria al Partido Popular mostrarán conformidad con estas manifestaciones, pero sucede que no es intención de esta parte criticar una ideología ni de izquierdas ni de derechas. Allá cada cual con su credo político y además, se da la circunstancia de que a través de ese tamiz partidista no habría habido en toda la democracia un solo Ministro de Justicia digno de salvarse de la quema. (Tampoco recuerdo ahora mismo ninguno extraordinario por el que haya sentido auténtica devoción a lo largo de los años).

No. La crítica a nuestro actual ministro no viene, ni de lejos, de una necesidad de criticar su ideología. Ha pasado un año de la entrada en vigor de la famosa ley de tasas y creo este un buen momento para realizar una pequeña crítica, que quizá no por original, pero sí por realista, merece ser tenida en consideración.


A poco de llegar el señor Gallardón a su condición de Ministro de Justicia, el mismo ya efectuó una primera manifestación respecto de la necesidad de agilizar la justicia por el evidente estado de embotamiento de nuestros tribunales. En ese momento, no obstante, las miras del señor ministro iban orientadas a otros ámbitos. De hecho, el primer globo sonda que lanzó fue orientado a manifestar que a su juicio la situación actual se solventaba con eliminar la inhabilidad del mes de agosto a los efectos de hacer más ágil la ruedas de la justicia. Y eso lo dice un fiscal metido a ministro que no estuvo ejerciendo su puesto en fiscalía más de seis meses antes de dedicarse a la política y debemos entender que con ese bagaje, este señor estaba capacitado para resolver todos los problemas jurídicos de este país. Ahí va otra opinión, que quizá tenga sus detractores entre los funcionarios de justicia, pero que no pretende herir la sensibilidad de nadie, sino simplemente dar una opinión seria con una posible solución parcial a un problema importante, eso sí, emitida por una persona que ejerce de abogado hace 22 años, es decir, sólo 44 veces más tiempo acudiendo día a día a los tribunales que nuestro señor ministro, con lo cual, no me hagan ustedes mucho caso. Yo creo que un buen principio para solucionar los problemas de atasco de la justicia estaría en exigir que todos los funcionarios de justicia, desde los jueces hasta el más bajo eslabón del organigrama de la oficina judicial, tomaran obligatoriamente sus vacaciones estivales durante el mes de agosto con la excepción de aquellos juzgados que por tener reservada determinada actividad durante este mes, hubieran de optar a las vacaciones en otro momento.

¿Porque?. Muy sencillo: acudiendo a un terreno muy personal, mi mujer es profesora de educación secundaria, de modo que también conozco de cerca los problemas de la educación. ¿Sinceramente entendería algún español que un profesor de este país tomase sus vacaciones estivales en el mes de junio o en el mes de octubre cuando el curso está en pleno apogeo y los alumnos tienen la obligación de ir a clase?. Todos asumimos que las vacaciones de los profesores de todo tipo deben disfrutarse los meses de julio o agosto, pues otro tipo de vacaciones estivales sería disparatado y no creo que sea necesaria una explicación más extensa al respecto de esta cuestión. Quien se mete a profesor sabe qué puede esperar y qué no.

Uno de los problemas con los que nos encontramos los profesionales al acudir a los juzgados en el periodo comprendido principalmente entre los meses de junio y octubre, ambos inclusive, de cada año, es con el hecho de que es mucho más fácil encontrarse a los funcionarios del juzgado o al propio juez de vacaciones en junio, julio, septiembre u octubre que en agosto. La explicación es bien sencilla: tienen todo el derecho del mundo porque nadie se lo coarta, a coger vacaciones cuando les apetece, (yo también lo haría si pudiera). Hacerlo durante uno de estos meses, supone tener que ir a trabajar en agosto, lo cual, más que un castigo, es un privilegio, por cuanto la actividad de los profesionales y del público se reduce hasta escalas que no alcanzan de forma genérica un 5% de la actividad ordinaria del resto de los meses del año. La tramitación de expedientes durante el mes de agosto es prácticamente nula y la falta de juicios que celebrar también. Eso sí, es muy fácil que cualquier profesional vaya a solicitar el resto de los meses mencionados un expediente y se le diga que vuelva en 15 días porque el encargado de tramitar el mismo está de vacaciones. Esto hace que, en la práctica, el juzgado funcione parcialmente de junio a octubre principalmente con el consiguiente atasco en la tramitación de expedientes.

A juicio de esta parte, una solución buena, aunque no completa ni definitiva a los problemas de la Justicia, sería la de exigir que los funcionarios tomaran sus vacaciones única y exclusivamente durante el mes de agosto con las excepciones que hemos dicho varios párrafos más arriba. Creo que no sería disparatado manifestar que el público en general aceptaría con toda normalidad que una de las obligaciones de quien trabaja para justicia sea la de tomar sus vacaciones en el mes de agosto como se acepta que las vacaciones de los profesores deben tomarse obligatoriamente durante el cierre del curso en verano para no perjudicar a los alumnos. Posiblemente esto no resuelva todos los problemas, pero a juicio de esta parte sería un paso importante en la dirección adecuada.

Pero no, tranquilícense que el señor ministro no ha hecho nada de esto, (pues la medida le indispondría con el colectivo de funcionarios de Justicia afectados por la misma). Como la justicia está atascada y tenemos una gravísima crisis económica es mucho mejor cargar a los ciudadanos con tasas por el ejercicio de acciones judiciales y de acceso a la justicia. La excusa es buena: existen multitud de procedimientos de cuantía ridícula desde un punto de vista judicial que no hacen más que paralizar la buena marcha de la justicia. Si se obliga a los ciudadanos a pagar una tasa que en muchos supuestos excede del importe de su reclamación se hace inviable la misma, con lo que evidentemente la justicia reduce sus expedientes porque para que se va a intentar la reclamación de una cuantía de 200 € si para ejercitar tal opción hay que abonar 300 €.

Efectivamente las reclamaciones se han reducido sensiblemente. Todos los profesionales lo sabemos, pero ello no supone necesariamente una mejora de la justicia ni una solución de los problemas de la misma. De entrada, hay que recordar que la mayoría de las reclamaciones de escasa cuantía se interponen frente a la propia Administración, a través de la jurisdicción contencioso administrativa, donde estas reclamaciones llegan a causa y como consecuencia de que la administración primero sanciona o limita los derechos de los ciudadanos, muchas veces sin ton ni son, y después no es capaz de reconocer sus errores en vía administrativa, cuando los profesionales ejercitamos acciones que son denegadas administrativamente en un porcentaje superior al 99%, y que posteriormente son mayoritariamente estimadas ante los juzgados de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa. El gobierno, no sólo obtiene importantísimos ingresos con las tasas que ha introducido, sino que además se asegura que la mayoría de las pequeñas sanciones que arbitrariamente se imponen desde la administración en un altísimo porcentaje y que hasta ahora llegaban a los tribunales, ya no van a ser reclamadas en vía judicial porque, aun contando con los principios de la gente y con la dignidad de la misma, el escaso dinero con el que actualmente los ciudadanos cuentan hace que en la práctica sea para ellos inviable mantener una reclamación judicial frente a una sanción teniendo que abonar más por las tasas que por la propia sanción. El Estado, asume por tanto una actitud abusiva y se convierte en juez y parte al impedir de facto el acceso a sus ciudadanos a la reclamación frente a la propia administración, con lo que el resultado es doblemente beneficioso para las arcas públicas: reciben las tasas y dejan de perder las sanciones frente a las que ya no se interponen acciones judiciales con lo que el mecanismo recaudatorio es doble.

Por otro lado es indiscutible que la obligación de abonar tasas favorece no un acceso más igualitario, sino todo lo contrario, pues hace que las grandes corporaciones puedan permitirse este acceso con o sin razón, mientras que el particular muchas veces se ve incapacitado para formular recurso frente a una resolución que estima errónea pero que debe acatar ante la imposibilidad de hacer frente al abono de las tasas en vía de recurso, por poner un solo ejemplo.

Si, se ha reducido sensiblemente el número de procedimientos judiciales abiertos, pero no por ello se ha resuelto ningún problema del estado de derecho. Sólo se ha logrado acallar las voces de los más desfavorecidos, que por qué no decirlo, son además muy a menudo las personas a las que con más facilidad se pisotean sus derechos por tratarse de un colectivo más vulnerable a los abusos que otros, precisamente por carecer de medios económicos.

Hace muchos años, en los años de la transición, el entonces llamado Ministerio de Hacienda tenía gravísimas lagunas que hacían que el Estado dejara de recaudar cientos de miles de millones de las antiguas pesetas como consecuencia de la picaresca de los ciudadanos. Aún subsiste parcialmente este problema, pero nadie duda de que el mismo se ha conseguido reducir sensiblemente mediante un sistema que en nada tiene que ver con reducir el acceso de los ciudadanos, simplemente se han invertido cantidades ingentes de dinero en sistemas informáticos, procesos de información y medios humanos y técnicos de todo tipo. Como consecuencia, nuestro fisco es capaz de recaudar ahora muchísimo más dinero del que proporcionalmente era capaz de recaudar hace 35 años. La solución a los problemas de la justicia, a juicio de esta parte, está en la misma dirección: hay que invertir ingentes cantidades de dinero en modernizar de una vez por todas los medios técnicos y materiales de todos los juzgados españoles, pues aunque esa inversión duela a corto plazo, a medio y largo plazo supondrá un desahogo para todos los españoles, pero claro, el Gobierno de turno ve en esta inversión un gravísimo problema de control, pues la administración de Justicia es o debe ser en teoría un poder separado e independiente del poder ejecutivo y dotar de medios a la Justicia es dar armas a los ciudadanos para defenderse frente a los abusos de la Administración. La solución de agredir el bolsillo de los ciudadanos, que no deja de ser una coacción, para evitar el acceso de los mismos a la administración de justicia no deja de ser una cacicada propia de repúblicas bananeras. Y ¡ojo!, no se trata de que esta parte abogue porque la justicia tenga que ser gratuita, sucede que le sorprende al autor de estas líneas que en un país como España en el que la sanidad debe ser enteramente pública y gratuita y la educación debe igualmente ser gratuita al menos en los años de escolarización obligatoria, la Justicia pueda no serlo, cuando es evidente que sin un estado de derecho adecuado, un país se paraliza tanto o más que sin una buena educación o una buena sanidad. Creo que hay formas mucho más adecuadas de acometer el mismo problema: por ejemplo, se podría tener un acceso completamente libre a la justicia y solo imponer todo tipo de tasas, multas y costas a quien viera desestimadas sus pretensiones mediante sentencia firme, pues en ese momento, ya obtendríamos una visión global de si una persona ha accedido a la administración de justicia con una pretensión coherente o no. Que el castigo, (porque es un castigo, no lo olvidemos), caiga no sobre quien se ve obligado a interponer una reclamación o un recurso, sino sobre quien finalmente vea desestimadas todas sus pretensiones, porque el empecinamiento en una postura contraria a la lógica bloquea mucho más el funcionamiento de la justicia con pleitos innecesarios que el acceso de los ciudadanos para recurrir una sanción de 100 €, llegado el caso, si a los mismos les asiste realmente el derecho a plantear dicha reclamación por un dinero que les pertenece. Pero claro, con este planteamiento, a lo mejor es el propio Estado el que podría perder su feudo y su chollo actual contra los ciudadanos de a pie.

No creo que el señor Ministro no sea capaz de ver todo esto. Creo simplemente que es incapaz de proponer una normativa no sólo eficaz, sino también justa para todos los ciudadanos y creo igualmente que es incapaz de hacerlo por no morder la mano que le alimenta y por eso creo que es uno de los peores ministros de toda la democracia española: a diferencia de otros Ministros anteriores, (tanto en Justicia como en otros ministerios), tiene preparación académica y experiencia en muchos campos y además tiene mucha experiencia política, (aunque no la tenga judicial). Creo que sabe lo que debería hacer con la Justicia, pero carece de arrestos para ponerse del lado de los ciudadanos que le han votado y renunciar a muchas de las prebendas que disfruta como político profesional, para que el autentico control vuelva al pueblo a través de una Justicia realmente potente e independiente, en lugar de estar en manos de una casta política y administrativa cada vez más viciada y mas apartada de la realidad social.



Fernando Mª Nogués Guillén (Abogado).

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